jueves, 3 de enero de 2008

CARETA



...y no quiero que el mundo me vea
porque no creo que entenderán,
cuando todo está hecho para ser destruido
sólo quiero que sepas quién soy...

Es una típica noche triste y gris en una ciudad oscura en una época oscura. Los vientos invernales de pronto y sin aviso azotan con un frío que pocos recuerdan haber experimentado, un frío inclemente, un frío doliente. Las calles desiertas, abandonadas porque todos buscan con desesperación un ambiente menos helado en lo cubierto, parecen resentir también el ambiente gélido y se presentan más oscuras y tristes de lo usual. No hay bullicio en la zona comercial, no hay tumulto en los teatros y cines, solo una fría soledad vigilada por un cielo y una luna igual de fríos. En una esquina oculta a la luz, un hombre se frota las manos para alejar el frío mientras forcejea con una máscara que le protege el rostro de la intemperie. Al portar la máscara el tipo esconde su persona y eso lo hace sentir poder. Esconde su rostro porque siente pena y vergüenza. También porque siente rabia y descontento. No le es apreciado todo lo que tiene y significa su rostro y por eso lo oculta. Y así, despersonalizado de sí mismo se siente poderoso, sin pena ni vergüenza. Bajo su careta su rabia y descontento no tienen freno y con ese poder, el tipo actúa. Se dirige al aparador de una tienda y rompe el vidrio mientras su grito furioso sobresalta al frío de la noche. Encubierto en su máscara el tipo olvida su pasado y presente y amenaza al vigilante de la tienda y a la joven dependiente. La sorpresa y el temor en sus rostros alimenta a la máscara, le da más poder y el tipo reacciona con violencia, la amenaza se vuelve ahora ataque. El objetivo inicial, robar la tienda, queda ahora relegado por este deseo de más poder, de sentirse controlador de algo, de crear más miedo y la violencia se presenta como una muy buena herramienta. El tipo está descontrolado.
Toda la escena es presenciada desde lo alto por otro personaje que, igual que todos, sufre los estragos de la noche oscura y fría, también frota sus manos pero el frío no las abandona...y también usa una máscara. La usa porque algo en su persona le atormenta. También porque siente rabia y descontento. Siente aprecio por lo que tiene y significa su rostro, por eso lo cuida, por eso lo mantiene en secreto de otros. Despersonalizado de sí mismo puede hacer más, es más poderoso. Bajo el disfraz, su tormento es redimido y su rabia y descontento son dirigidos, se vuelven ahora algo positivo, y así el enmascarado actúa, se olvida de su futuro y se lanza hacia la tienda.
El ladrón avanza sobre la chica cuando el enmascarado entra en la tienda y su grito furioso sobresalta a todos, hasta a la fría noche. El miedo en el rostro del ladrón, oculto por su máscara, no puede alimentar nada en su contraparte enmascarada. Ni su tormento, ni su redención, ni su deseo de no tener ningún poder son afectados por el miedo del ladrón. No hay tampoco una idea de sacrificio, de hacer el bien en la mente tras la máscara. No es tampoco venganza, es quizá una idea de que todo en este mundo está podrido y harto ya de tanta podredumbre, alguien tiene que empezar a limpiar el cuchitril. Aun tras la máscara es posible ver un rostro muy molesto, que sin dudar teje una idea. El fuego se combate con fuego. El enmascarado avanza sobre el ladrón mientras la máscara le recuerda que sabe utilizar muy bien una herramienta... la violencia. El atacante original es ahora amenazado, ya perdió su poder, y su rabia y descontento fueron tragados por un miedo atroz. Aun tiene su máscara pero ya de poco o nada le sirve. Un grito feroz. Un grito de pavor. Los dos gritos se pierden en la noche. El juego de máscaras y disfraces cambia muy poco la ciudad triste y gris en esta noche fría.

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