martes, 22 de enero de 2008

PÉRDIDAS...



...los apegos buenos no son...
Yoda

Una tarde, un día cualquiera, en la casona de la calle oyamel se respiraba ese olor tan típico de las cosas añejas, ese aroma a polvo y edad, casi rancio, olor a viejo. La anciana se afanaba en mover de un lado a otro un casi infinito número de cachivaches varios. Juguetes de peluche, adornos, cuadros, zapatos y ropa muy fuera de moda, muebles viejos, una abultada lista de todo tipo de artículos que la anciana había logrado recolectar en el trascurso de su vida. Artículos todos que no habían sido usados una sola vez en la última década, no habían sido tocados o trasladados un milímetro desde hace ya lustros, pero como parte del acervo de recuerdos de la anciana, permanecían inamovibles, inalterados, perennes ocupando todos los rincones de la casona de la calle oyamel. La razón de la inusual actividad en la casona, esperaba paciente en la acera de la calle: un juego de sala, comedor y recámara nuevos que su nieto favorito había obsequiado a la anciana en su último cumpleaños. Muebles de estilo rústico con un toque de elegancia que significaron un enorme orgullo y gusto a la anciana, y una cascada de besos y elogios para el nieto. Un detalle tan fino como éste merecía un lugar de privilegio en la casona, y por eso la ardua labor de encontrar un lugar perfecto para los muebles nuevos. Pero lo arduo de esa labor no tenía comparación con lo difícil que era para la anciana decidir que retiraba de cada espacio en la casona. Cada cosa, cada objeto, cada articulo había llegado a sus manos, a su vida, en un momento especial para ella. Conservaba todas sus pertenencias como recordatorios materiales de los momentos y las personas que se cruzaron en su vida, como testigos y cómplices que le traían a la mente las emociones vividas al instante de pasar a su propiedad. Le recordaban sus días de juventud, de independencia. Le recordaban sus amores y amoríos. Le recordaban sus logros y aventuras. Le recordaban toda su vida. Y los recién llegados muebles representaban una alegría muy grande, pero ¿cómo deshacerse de sus otras alegrías?¿cómo desechar otros experiencias, otras vivencias? La simple idea de mover sus cosas para nada agradaba a la anciana, ya no digamos el tirar, vender o regalar alguna de sus pertenencias. Por supuesto que le agradaban los muebles nuevos, pero no quería lucirlos, disfrutarlos pagando el precio de perder alguno de sus tan valorados artículos viejos. Ante la disyuntiva la anciana recurrió, igual que otras tantas veces, a su estrategia de buscar acomodar sus nuevas pertenencias, entendiendo por acomodar, seguir amontonando y conservando cachivaches. Así, al terminar la tarde, cuando la nube de polvo se despejó de la casona, los muebles nuevos se encontraban apilados junto a un montón de ropa y revistas viejas en la sala de la casona, listos para pasar los siguientes años sin ser usados, aprovechados, disfrutados, pareciendo a los ojos de todos, exceptuando a la anciana, nada más que simples estorbos.

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